Teniendo en cuenta lo anterior, comprendemos que las redes posibilitan a los individuos el despliegue de una potencia tanto social como económica. Por otro lado, tienen una función que articula las dos instancias nombradas. Se trata de la función política que se expresa a través de las voces de los movimientos sociales y que busca que todas las luchas políticas sean escuchadas y amplificadas.

En Colombia, por ejemplo, estas herramientas (las redes sociales) han permitido unir y alzar las voces de las mujeres para abonar el camino hacia la paridad de género en el ámbito político, un espacio que históricamente ha sido ocupado en su mayoría por hombres a pesar de que las mujeres representan un poco más de la mitad de la población. Hoy en día, sólo el 24.3% de los cargos parlamentarios en el mundo están siendo ocupados por mujeres. Según el Foro Económico Mundial, a este paso, nos tomará un siglo para alcanzar la igualdad en la participación de las mujeres en política.

No obstante, internet y las redes sociales –así como facilitan y permiten alzar las voces de las y los excluidos– también se han convertido en escenarios para atacarnos entre nosotros como sociedad. Diariamente encontramos mensajes que buscan deslegitimar a grupos sociales, difunden rumores falsos de lado y lado del espectro político, y que incluso llegan a incitar acciones violentas contra otros.

Esta es la realidad del mundo digital. Pero la situación es aún más delicada si nos detenemos a pensar sobre las formas como las mujeres son objeto de ataques por vías virtuales. Discursos de odio, cyberbullying, amenazas, intimidaciones y el famoso “stalkeo” son algunas de las formas como las mujeres son agredidas en Internet. Algunos dirán “ah, pero los hombres también viven esos tipos de agresiones”. Cierto. Pero a los hombres les atacan por sus ideas, sus propuestas; mientras que en el caso de las mujeres, los ataques también se dan usando aspectos de su intimidad y por su aspecto físico.

Por ejemplo, un análisis reciente de las elecciones al Congreso de los EE. UU. de 2020 citado por Cécile Guerin y Eisha Maharasingam-Shah mostró que “las candidatas eran significativamente más propensas a recibir abusos en línea que sus homólogos masculinos. En Facebook, las mujeres demócratas que se postulan para cargos públicos recibieron diez veces más comentarios abusivos que los candidatos demócratas masculinos” que iban desde su manera de vestir, hasta amenazas de violencia sexual. Una situación similar a la que se presentó en India, Reino Unido, Ucrania y Zimbabwe. En este discurso de odio no solo se han visto incluidas las mujeres, sino las minorías étnicas y otros grupos históricamente marginados.

De acuerdo con Lucina di Meco, quien se ha dedicado a estudiar la intersección entre género y desinformación en los últimos años, las mujeres periodistas, activistas y quienes tienen una actividad política, a menudo son blanco de amenazas en línea, acoso y burlas sexuales explícitas con el propósito de deslegitimarlas y, en últimas, de disuadirlas de ser políticamente activas. Ante este panorama, la directora ejecutiva de ONU Mujeres, Phumzile Mlambo-Ngcuka, dice que este tipo de acciones que hoy en día se han trasladado a los entornos virtuales buscan controlar, ejercer poder sobre las mujeres, silenciarlas, y mantenerlas por fuera de las conversaciones que importan y de los espacios en donde se toman las decisiones.

Aunque no es nuevo para nosotros, este discurso de odio a nivel mundial se observa a diario en las noticias, y sólo en casos específicos existen medidas legales para abordarlo. En Colombia, por ejemplo, no existe una regulación respecto a la violencia que se vive en entornos digitales contra las mujeres.

Si bien, las plataformas de redes sociales han buscado la manera de contrarrestar estas situaciones, se necesita una postura más contundente por parte de ellas, para detener el discurso de odio y acoso a las mujeres y a los diferentes grupos marginados; pero no solo se debe dejar estar responsabilidad a las redes sociales, sino que requiere de la participación activa de las autoridades para que no se normalicen estas conductas, ya que es una violación de los derechos humanos, y requiere de cambios estructurales, pues la violencia contra las mujeres no nace en los espacios digitales sino que es una situación histórica y del mundo offline.

Frente a todo lo anterior, la especialista en telecomunicaciones, radiodifusión, regulación, políticas e inclusión de género, Elizabeth Peña Jáuregui nos propone una estrategia para erradicar la violencia de género. Esta estrategia considera al menos tres principios:

Prevención

Crear medidas que concienticen a la población sobre la violencia contra las mujeres y las niñas, así como establecer y proporcionar información sobre los servicios y la protección jurídica para poner fin a las violaciones y evitar que se repitan.

Educación digital

Se necesita fomentar la alfabetización digital en el uso de Internet, sin discriminación por razón de sexo o género y promover la igualdad de género en todos los niveles de la educación, incluida la educación en línea, desde la primera infancia. Igualmente, es necesario que se proporcione capacitación a los magistrados, abogados, agentes de policía y otros funcionarios encargados de hacer cumplir la ley a fin de asegurar su capacidad para investigar y enjuiciar a los responsables.

Protección

La obligación de proteger a las víctimas de la violencia en línea al adoptar medidas efectivas, aportar los recursos necesarios para la eliminación de contenidos, proporcionar recursos y asistencia jurídica apropiada y permitir órdenes de protección.

Nuestra invitación, entonces, es a reflexionar sobre las múltiples formas en que las mujeres son objeto de agresiones en internet, y cómo podemos aportar combatirlas, porque una verdadera democracia se construye con la participación y las voces de todas y todos.

Por: Manuela González, Coordinadora Región Antioquia y Eje Cafetero, CIVIX Colombia.

Referencias:

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