Tomado de cepa.org, marzo del 2021

Las democracias occidentales están perdiendo la batalla contra la desinformación. En medio de la pandemia por el COVID-19, Rusia y China han aumentado sus esfuerzos por sembrar la discordia, mientras que los aliados transatlánticos luchan para mantenerse al día. Las respuestas políticas han buscado castigar a los perpetradores percibidos después del hecho, mientras que esos mismos actores malignos se preparan y ejecutan su próxima campaña de influencia informativa. Occidente sigue abordando una defensa constante contra adversarios que poseen un sinnúmero de herramientas ofensivas.

En los Estados Unidos, la estrategia para combatir la desinformación se ha basado en dos suposiciones: la primera es demostrar públicamente que cierta información es falsa o que desacreditarla es una herramienta efectiva, y la segunda es que las ramas del gobierno tendrán la capacidad de estar informados sobre todas las campañas malignas que vayan surgiendo. Estas suposiciones con orígenes en los años 80 no son válidas en la actualidad. En la era de las redes sociales, un enfoque de desmitificación no suele cambiar la percepción pública frente a un tema, y además estás influencias malignas contemporáneas operan a niveles mucho más altos que las que circulaban en tiempos de la Guerra Fría. En los últimos cuatro años, el congreso de los Estados Unidos ha propuesto una legislación que busca sancionar a entidades foráneas acusadas de actividad maligna, solicitaron una investigación adicional sobre el tema e incluso establecieron un fondo para contrarrestar la desinformación rusa en el extranjero. Y aunque estas acciones sí buscan imponer penalidades por la difusión de desinformación y permitir un efecto disuasorio contra las actividades malignas, su objetivo principal no es tratar este problema de forma local ni tampoco evitar que actores foráneos se lucren de campañas de interferencia intelectual.

De igual manera, la Unión Europea (UE) ha intentado solucionar este desafío con la creación de la Ley de Servicios Digitales (DSA) junto con dos planes de acción (El Marco de Acción Prioritaria MAP y el Plan de Acción Europeo de la Defensa EDAP). La DSA se ha basado en legislaciones previas al buscar regular y monitorear la tecnología, mejorar la resiliencia de los procesos electorales, y fortalecer las protecciones para los periodistas. Aunque la legislación propuesta es el primer paso en la dirección correcta y demuestra que la UE se toma este problema con la seriedad requerida, los expertos consideran que todavía existen brechas. La DSA se enfoca en la forma de prevenir ataques que copian o se inspiran de ataques que ya han ocurrido, pero no necesariamente tienen en cuenta la evolución de las operaciones rusas y chinas.

Aunque estas estrategias y respuestas políticas son valiosas y significan un avance en los esfuerzos para contrarrestar los adversarios, debemos preguntarnos ¿qué se nos está escapando? ¿Las democracias occidentales son capaces de cambiar su posición de defensa a ofensa y salir victoriosos? La buena noticia es que sí hay una forma de lograrlo: construir habilidades de resiliencia en el "blanco" de estos ataques de desinformación, es decir, en los mismos ciudadanos.

Una de las estrategias más efectivas para construir una resiliencia en los ciudadanos ordinarios es a través de talleres y seminarios interactivos a nivel local, estrategia también conocida como alfabetización mediática. Estas clases, dictadas por expertos locales, se enfocan en temas de cómo contrarrestar la desinformación online, las mejores formas de construir una seguridad digital y proporcionar metodologías que construyan narrativas positivas, por nombrar solo algunas. Cada tema y su contenido son diseñados por sus formadores a la medida de cada país, cultura, audiencia o demográfica que es considerada en riesgo de ser atacada por los efectos de la desinformación.

Por ejemplo, si enseñamos a ciudadanos de la tercera edad en los estados bálticos a reconocer el contenido escrito por una cuenta falsa o un medio de comunicación apoyado por el Kremlin cuando leen noticias en línea, entonces contribuiremos a la resiliencia de este sector de la población de votantes significativos. Brindarles a estudiantes estadounidenses de secundaria las herramientas necesarias para detectar y contrarrestar narrativas falsas en redes sociales resultará en muchos años de resiliencia a medida que estos estudiantes crecen. Al enfocar nuestros esfuerzos en demográficas que se ven comúnmente expuestas a la desinformación, los gobiernos occidentales pueden intentar solucionar el problema de raíz.

Pero ¿por qué deberían estos gobiernos invertir tiempo y recursos valiosos en clases de alfabetización mediática? Estos cursos son muy rentables, la mayoría de veces la tarifa pagada a los formadores no es muy alta y la clase puede tener lugar en un entorno virtual. Además, usar plataformas en línea permite que comunidades de áreas urbanas y rurales participen lo que resulta en un alcance mucho mayor. Los ciudadanos que participan de estas clases suelen incluso compartir sus conocimientos a familiares, amigos y colegas, lo cual aumenta aún más el efecto de un solo curso. En un proyecto recientemente liderado por CEPA sobre la alfabetización mediática para profesores, estos mismos terminaron enseñando lo aprendido a sus colegas en escuelas locales de sus ciudades natales. Estos profesores a su vez enseñaron dichos conocimientos a sus estudiantes de preparatoria. La audiencia inicial de este curso era de aproximadamente 15 participantes, pero las capacitaciones adicionales distribuyeron los aprendizajes a más de 200 personas. De esta manera, una pequeña inversión puede producir un rendimiento muy grande.

Al priorizar y proporcionar la financiación y los recursos necesarios para facilitar estos cursos dentro de sus propios países, las democracias occidentales tienen una ruta clara para pasar a la ofensiva al “vacunar” a los miembros más vulnerables de la sociedad contra el virus de la desinformación.

Para ser claros, los desafíos seguirán existiendo, y crear cursos de alfabetización mediática no hará que el problema simplemente desaparezca. La desinformación local seguirá siendo un desafío omnipresente al igual que lo ha sido en los Estados Unidos y Europa en la era del COVID-19.

Pero tomar la iniciativa podría iniciar un cambio a favor de los aliados transatlánticos. De hecho, en octubre del 2019, el Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos defendió específicamente la expansión de los programas nacionales de alfabetización mediática. Puede ser que el gobierno de los Estados Unidos ponga los antecedentes para el futuro de una batalla contra la desinformación y siga su propio consejo.

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